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viernes, 4 de noviembre de 2016

PROSA ROMÁNTICA. LARRA



El
 Romanticismo

El 
Romanticismo
 es
 un 
movimiento 
cultural
 que 
se 
desarrolla 
en
 Europa
 durante
 las 
primeras 
décadas 
del 
siglo
 XIX.
 Es
 una 
corriente
 que
 se 
contrapone
 a 
la 
Ilustración
 del
 siglo
 XVIII
 que
 exaltaba 
el
 uso
 de 
la
 razón.


El 
Romanticismo 
no
 confía 
en 
la 
razón,
 sino
 que 
es 
muy 
idealista 
y 
se 
basa 
en 
el
 poder
 de 
la
 pasión,
 de 
la
 imaginación,
 de 
lo 
irracional.


Algunas
 de 
las 
características 
más
 comunes
 del
 Romanticismo:

‐ Sentimiento
 de
 angustia 
e 
insatisfacción
 ante
 el
 mundo.
 Los 
románticos 
se
 sienten 
incompletos 
y
desgraciados.


‐ Desacuerdo
 con
 el
 mundo.
 Los
 ideales
 de
 libertad
 y
 felicidad
 de
 los
 románticos
 topan
 con
 la
 realidad
 cotidiana
 y
 sus
 ilusiones
 acaban
 en
 desengaño.


‐ Subjetivismo.
 El
 “yo”
 es 
el 
centro 
de 
la 
mayoría
 de 
sus
 obras.

‐ La
 libertad.
 Los
 románticos
 rechazan
 de
 las
 normas
 sociales
 impuestas
 por
 la 
burguesía 
y 
son 
los 
primeros
en 
hablar
 de
 democracia.


En
 España 
el
 Romanticismo
 se
desarrolla
 sobretodo
 durante
 la 
década 
de
1830
 y
 hubo
 un
 Romanticismo
 más
 conservador
 (Zorrilla)
 y
 un
 Romanticismo
 liberal
 (Mariano
José
de
Larra).


Mariano 
José 
de
 Larra
(1809‐1837)


Nació
 en
 Madrid
 en
 plena 
ocupación
 de
 Napoleón.
 Al 
retirarse
 Napoleón
 en
 1814,
 su
 familia
 se
 exilió
 a
 Francia,
 hecho
 que 
influye
 en 
la
 educación
 de
 Larra,
 más
 liberal
 que
 la
 española.
 Al
 regresar
 a
 España,
 continúa
 sus
 estudios:
 inicia
 la
 carrera 
de 
Medicina,
 pero 
la 
abandona. Su
 vocación
 de 
escritor 
es 
temprana.
En
1828,
 en 
pleno
 régimen 
absolutista
 de
 Fernando
VII, 
publica
 su
 primer
 periódico,
que 
fue
 censurado.
 Así
que
 vivió 
como
 traductor.
 En
1829 
se 
casa
 con 
Josefa
 Werther,
 pero
 el
 matrimonio
 es
 desgraciado
 y
 acaba
 en
 separación
 pocos
 años
 después.
 Conoce
 entonces
 a
 Dolores
 Armijo,
 mujer
 casada
 con
 la
 que
 vive
 un
 amor
 tormentoso
 y
 apasionado
 durante
 tres
 años,
 hasta
 que 
ella 
le
 deja 
y
 se 
va 
de 
Madrid.


En
 1832,
 Larra
 edita
 el
 periódico
 El
 Pobrecito
 Hablador.
 Allí
 empieza
 a
 firmar
 con
 el
 famoso
 pseudónimo
de
Fígaro.
Colabora
con
revistas
muy
 importantes
 y,
a
partir
de
1834,
 se
mete
cada
 vez
 más
en
política
a
 favor
de
las
ideas
liberales,
pero
 los
gobiernos
le
frustran
y
desilusionan.
 Su
 desengaño
 político
 y
 personal
 es
 cada
 vez
 mayor
y 
todo 
ello 
le 
lleva 
al
 suicidio
 en
 febrero 
de
 1837.

Larra 
es 
un
 personaje
 que
 encarna
 perfectamente 
el 
espíritu 
y 
personalidad
 del
 Romanticismo. 
Era 
un 
hombre 
inteligente,
 muy
 sensible,
 con
 un 
fuerte
 espíritu
 crítico
 y
 muy 
ácido.
 Es 
irónico
 y 
mordaz.

Su
 obra
 más
 importante
 son
 sus
 artículos
 periodísticos,
 en 
los 
cuales
 se
 mostraba 
siempre 
muy
 crítico.
Podemos 
distinguir
 entre
 dos
 grandes 
tipos 
de
 artículos:

                   ‐ Artículos
 de
 crítica 
política: 
Los
 dos
 temas
 principales 
de
 estos 
artículos
 son 
la 
libertad
 y
 la 
justicia. 
En
 ellos
critica
 la
 censura,
 el 
atraso
 cultural
 español, 
la 
gestión
 del
 gobierno…

                   ‐ Artículos
 de
 crítica
 social:
 Son
 artículos
 costumbristas,
 que
 hablan
 de
 aspectos
 de 
la
 vida
 cotidiana
madrileña, 
pero
 siempre
 desde 
un
 punto
de
 vista
 crítico.
 Larra
 señala
 en
 ellos
 los
 defectos
 de
 la
 sociedad
 y
 
 habla
 sobre
 la
 necesidad
 de
 ecuación
 y
 cultura,
 del
 progreso,
 del
 atraso 
respecto 
a 
los
 otros
 países
 europeos,
 de 
la 
hipocresía
 social, 
de 
la
 cursilería
 de
 mucha
 gente,
 de 
la
 poca 
afición
 al 
trabajo
 de 
los
españoles…

Leamos ahora algunos de esos artículos de Larra.

1. Nochebuena de 1836

En el siguiente artículo, " La Nochebuena de 1836" ,escrito al final de su vida, Larra se nos presenta desencantado de todas las ilusiones románticas que habían dado sentido a su vida. En este fragmento expresa con ironía desgarradora su desengaño amoroso. Apenas dos meses después, la decepción le llevó al suicidio.

´"El número 24 me es fatal; si tuviera que probarlo diría que en día 24 nací. Doce veces al año amanece, sin embargo, día 24; soy supersticioso, porque el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus gobiernos, y una de mis supersticiones consiste en creer que no puede haber para mí un día 24 bueno. El día 23 es siempre en mi calendario víspera de desgracia, y a imitación de aquel jefe de policía ruso que mandaba tener prontas las bombas las vísperas de incendios, así yo desde el 23 me prevengo para el siguiente día de sufrimiento y resignación, y, en dando las doce, ni tomo vaso en mi mano por no romperle, ni apunto carta por no perderla, ni enamoro a mujer porque no me diga que sí, pues en punto a amores tengo otra superstición: imagino que la mayor desgracia que a un hombre le puede suceder es que una mujer le diga que le quiere. Si no la cree es un tormento, y si la cree... ¡Bienaventurado aquel a quien la mujer dice no quiero, porque ése, a lo menos, oye la verdad!


a) ¿Por qué considera Larra que el día 24 es crucial en su vida? ¿ Qué tipo de actividades evita realizar ese día? ¿Por qué?

b) ¿Por qué el hombre elige creer mentiras? ¿Qué ejemplos pone para ilustrar nuestra tendencia a dejarnos engañar?

c) ¿Qué opinión tienen Larra sobre la sinceridad de las mujeres que se declaran enamoradas?

2. El castellano viejo
En sus artículos, Larra va más allá de la descripción costumbrista: el análisis de los tipos y situaciones le sirve para denunciar los defectos nacionales. Así, en "El castellano viejo", critica los modales primitivos y groseros de la burguesía.

A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los de las aves que había roído; el convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la autopsia de un capón, o sea gallo, que esto nunca se supo: fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos anatómicos del victimario, jamás parecieron las coyunturas. «Este capón no tiene coyunturas», exclamaba el infeliz sudando y forcejeando, más como quien cava que como quien trincha. ¡Cosa más rara! En una de las embestidas resbaló el tenedor sobre el animal como si tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció querer tomar su vuelo como en sus tiempos más felices, y se posó en el mantel tranquilamente como pudiera en un palo de un gallinero.

3. Vuelva usted mañana

El artículo“Vuelva usted mañana”, desarrolla la visión liberal y progresista de Larra, preocupado porque España no avanzaba al paso de los demás países europeos. Este artículo critica la pereza de los españoles:

En este artículo Larra critica la pereza de los españoles para cualquier cosa y señala el concepto que por aquella época se tenía de los españoles, los extranjeros venían, la mayoría, atemorizados de que fuesen a ser asaltados por unos delincuentes o cuatreros.

Larra expone estas ideas por medio de una graciosa y curiosa anécdota que, como en todas las que Larra cuenta, está dotada de una gran dosis de ironía.

El asunto es que un buen día llegó a casa del autor un francés con unas valiosas cartas de recomendación de su país, este hombre pretendía realizar unas gestiones previas a su inversión de capital en negocios españoles. Sans Delai, que así se llamaba el hombre, le contó a Larra sus planes y según él todas las gestiones pertinentes la iba a realizar en 10 días, tras decir esto Larra se mofa de él y le dice que le invitará a comer el día que haya cumplido 15 meses de su estancia en España, el francés, como es de esperar, queda perplejo ante esa contestación y no le cree, pero poco a poco iba a hacerlo ya que al ir a realizar el primer papeleo que tenía programado para unas horas le dicen que tardará unos 3 días pero esto no es todo, ya que a los tres días le respondieron: “vuelva usted mañana” y al siguiente, y al siguiente, y así hasta 15 días, pero cuando estuvo hubo que repetirlo porque estaba equivocado y otra vez lo mismo.

Veamos un fragmento:

"Un extranjero de estos fue el que se presentó en mi casa, provisto de competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de familia, reclamaciones futuras, y aun proyectos vastos concebidos en París de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual especulación industrial o mercantil, eran los motivos que a nuestra patria le conducían.

Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital. Pareciome el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto amistad con él, y lleno de lástima traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admirole la proposición, y fue preciso explicarme más claro.

-Mirad -le dije-, monsieur Sans-délai -que así se llamaba-; vos venís decidido a pasar quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos.

-Ciertamente -me contestó-. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me dé, legalizadas en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia innegable (pues sólo en este caso haré valer mis derechos), al tercer día se juzga el caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya habré presentado mis proposiciones. Serán buenas o malas, y admitidas o desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no me conviene estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los quince cinco días.

Al llegar aquí monsieur Sans-délai traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro mal de mi grado.

-Permitidme, monsieur Sans-délai -le dije entre socarrón y formal-, permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid.

- ¿Cómo?
-Dentro de quince meses estáis aquí todavía.
-¿Os burláis?
-No por cierto.
-¿No me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa!
-Sabed que no estáis en vuestro país activo y trabajador.
-¡Oh!, los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de hablar mal siempre de su país por hacerse superiores a sus compatriotas.
-Os aseguro que en los quince días con que contáis, no habréis podido hablar siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis.
-¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad.
-Todos os comunicarán su inercia. (...)

-¿Para esto he echado yo mi viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: «Vuelva usted mañana», y cuando este dichoso «mañana» llega en fin, nos dicen redondamente que «no»? ¿Y vengo a darles dinero? ¿Y vengo a hacerles favor? Preciso es que la intriga más enredada se haya fraguado para oponerse a nuestras miras.

-¿Intriga, monsieur Sans-délai? No hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga. La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra; ésa es la gran causa oculta: es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.






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